Los que han estudiado publicidad saben de la importancia de las emociones en el marketing. Cualquier consumidor, de hecho, es consciente de la importancia de sus emociones. Me atrevería a decir incluso que es uno de los pocos hilos que nos mantiene atados a nuestra infancia. Entre la inocencia y la ilusión -y por consiguiente emoción- hay muy poca distancia.
La shisha es un objeto que intrínsecamente transmite una serie de emociones, y lo más importante, nos las transmite sin necesidad de que ningún publicista o "ente gobernesco" nos lo pida. Es un objeto que transmite relax, sensación de "es una tarde de verano y estoy apalancado" e incluso de "es una tarde de invierno y estoy apalancado". Quien la ha fumado alguna vez lo sabe: te imaginas a ti mismo desde fumando en una terraza con la brisa marina hasta pegando unos calos en el cálido hogar, en una gélida noche invernal.
Con todo este rollo vengo a decir que una shisha "alias cachimba" no es un mero objeto de acero que sirve para fumar matuja, chocolate o demás mierda. Una shisha es un objeto íntimamente atado a los sentimientos.
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